Cruceros en Cartagena

Cruceros, sexo, mentiras y cintas de vídeo

 

Perdonen tan cinéfilo titular. Trataré tan sólo de cruceros y medias verdades en Cartagena. Ocurre que toda ocasión es oportuna para rendir tributo a la película de Steven Soderbergh de 1984. Los medios regionales nos regalan la recurrente noticia de los casi 10,000 cruceristas en tres enormes barcos atracados en el puerto. Todos afanados en el disfrute de los encantos de nuestra Cartagena, al tiempo que supuestamente riegan sus milenarias calles de sonrisas y euros. Ello obviamente ante la condescendiente mirada de políticos y autoridades; siempre prestos a rentabilizar la feliz buena nueva. Y como quien no quiere la cosa, este año electoral lo presentarán, rebosantes de optimismo, como un indicio tangible de esa cacareada salida de la crisis que tan solo ellos perciben.

Uno no es quien para aguar fiesta alguna, máxime cuando forma parte de esa pequeña partida de pequeños comerciantes y profesionales autónomos que, invitados de rebote al festín, saca su minúscula tajadita del negocio cruceril. Y obviamente deseo como todos que la cosa vaya a más y que algún día la llegada regular de turistas nos permita a algunos vivir dignamente del asunto de las visitas culturales. Ocurre, empero, que no acaban de salirme las cuentas: ni las mías, ni las de la ciudad. Mi percepción del negocio crucerista en la Región, tras más de 10 años en el candelabro, queda a años luz del boato que vende el manido titular de todos los años. Será posiblemente mi propia espesura mental, incapaz de captar la verdad cruceril revelada. Será que mi espíritu, limitado por los austeros márgenes de la geometría euclídea, no maneja las sofisticaciones de la aritmética cuántica que aplica su creativa contabilidad política: el caso es que por más que sume, reste o aplique logaritmos neperianos, no veo el retorno del dinero público invertido por ningún lado.

La ciudad, Puertos del Estado, consejerías, ministerios y demás administraciones llevan gastado lo que no está escrito a fin de hacer de Cartagena una ciudad de interés para el negocio de los cruceros. Resulta que a esas inversiones en infraestructuras directa o indirectamentes realizadas en nombre del turismo de cruceros, hemos de sumar el gasto regular en mantenimiento, limpieza, puntos de atención, folletos, etc. Y luego tenemos gastos en viajes, promoción y asistencia de nuestros políticos y algún técnico a ferias y congresos internacionales. A pesar de esa millonada a beneficio de inventario, la Autoridad Portuaria de Cartagena reconoce que lejos de ganar dinero con los cruceros, le suponen un gasto importante.

Ciertamente el sentrico de Cartagena s’ha quedao niquelao. Hemos dejado la calle Mayor y aledaños más limpios que una patena. Por no ver, ya no se ven ni pobres. Otra cosa son pedigüeños varios. Tampoco mercerías, zapateros, barecicos de toda la vida, y esas cosas que daban alma a la ciudad de mi niñez. El centro se ha gentrificado, que dirían los sociólogos, convirtiéndose en una suerte de monísimo parque temático a tono con el encanto cruceril.

La pregunta, tras tanta inversión pública, es cuánto dejan los cruceros y a quién; y si realmente generan empleo local y de qué tipo. Tan sólo la generación de empleo y economía local puede justificar el abuso mediático de la fotico de marras y los dineros gastados a espuertas.

Veamos. La propaganda cruceril suele prometer un gasto medio por crucerista en la ciudad que rara vez se cumple. Estas optimistas estimaciones no pasan de 30€ en el caso de Cartagena, ostensiblemente menor que en Barcelona o Valencia, donde se estiman 50€. Si durante los últimos tres años hemos logrado rebasar la barrera de los 100,000 cruceristas anuales en Cartagena, calculen: tres millonacos al año. De estos, pongamos que dos queden en Cartagena. Entre lo que paga un crucerista por excursión y el último eslabón de la cadena de facturación que somos autónomos y empresas locales, suele haber varios intermediarios. De hecho, las empresas de servicios en tierra con quienes contratan están domiciliadas en Palma o Benidorn. Tampoco piensen que los barcos precisan suministros locales. Compran a gran escala donde mejores precios obtengan: Argentina, India, Egipto… El personal de servicio de un crucero no cobra más de 60€ al mes: filipinos, indonesios, brasileños, etc, que prácticamente viven de las propinas.

En Cartagena, trabajamos regularmente seis guías oficiales que nos las vemos y deseamos para pagar mensualmente nuestra cuota de autónomos y demás gastos. Ninguno vivimos de los cruceros, aunque suponen una importante porción de los ingresos. El resto de guías trabaja ocasionalmente contratados para el día, están lejos de poder afrontar los gastos de trabajar por cuenta propia. Las empresas de autobuses se benefician también, aunque dudo que incrementen su plantilla por estos picos ocasionales de actividad. Los centros arqueológicos, pagados por todos y recientemente privatizada su gestión por otro medio siglo, dan trabajo a una treintena de personas. Pongamos que el 5% de su facturación anual viene de los cruceros: eso significaría un trabajador y medio. Mi amigo Félix sirve en su cafetería algunos asiáticos más esos días, mi prima Carmen atiende ocasionalmente a alguna crucerista en su peluquería del centro. Luego están el que toca sonriente el acordeón y el que se saca unos euros haciendo la estatua. Algún crucerista necesitará siempre una batería para la cámara, ibuprofeno o quizás comprará zapatillas o camisetas en las franquicias de la Calle Mayor. Y muy poco más. Los cruceristas lo llevan todo incluido en el barco y no consumen más allá del café o la cerveza en una terraza.

El anunciado maná a repartir entre bares, comercios, taxistas y otros pequeños agentes, aún lo andamos buscando por Cartagena. Se hace más de rogar que el tesoro de Nuestra Señora de las Mercedes. Aún así, cuando llegan barcos escalonados en días diferentes, el beneficio local es mayor. Además, el servicio y la imagen de la ciudad ofrecidos ganan enormemente. Detrás de esa rutilante noticia de los 10,000 cruceristas en una mañana, se esconde una buena dosis de caos. El centro de la ciudad no está preparado para atender tal aluvión: decenas de autobuses en el paseo del muelle, museos colapsados, falta de profesionales solventes con idiomas. Ocurre como cuando llueve torrencialmente: la tierra no absorbe, el campo no se benefecia y el agua se vierte rápidamente al mar provocando inundaciones.

Debo por tanto ser obtuso de narices para no acabar de apreciar esos intangibles del negocio cruceril que algunos pregonan. Posiblemente la idea sea inundar de glamour la ciudad y a fin de no ensuciarla con el vil metal, dejar éste en otros bolsillos o en otras latitudes. El asunto recuerda más a las cuentas del Gran Capitán, o mejor a las del AVE o las de ese aeropuerto para practicar el skating más caro del mundo. Y lo que nos queda a cuatro pelagatos, el chocolate del loro de este negocio pagado por todos para beneficio de no tengo claro quién. Seguramente de los mismos que sacarán rédito a esa noticia.

Eso sí, no me malinterpreten; una vez hecho el gasto, bienvenidos sean y que con ellos nos sigan cayendo los cinco durillos de siempre. Que no ocurra como en la película de Berlanga y pasen los americanos de largo. Se agradecería, no obstante, que algunos dejasen de colocarse medallas, de pretender vendernos la necesidad de otra millonada en hacer de la ciudad un puerto home para salida de cruceros, y en definitiva de tomarnos más el pelo.

LUIS GALLEGO MAYORDOMO. Secretario de Igualdad y Rescate Ciudadano de Podemos RM, y Profesor y Guía Oficial de Turismo.